viernes, 30 de octubre de 2009

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La miré atentamente ante esta pregunta singular. Debía de ser entonces la una de la madrugada. Todo lo que pude distinguir a los rayos de la luna fue un rostro joven densamente pálido, demacrado e impresionante, cuyos contornos se agudizaban enlas sombras; unos ojos grandes, de mirada seria y viva, labios nerviosos y trémulosde color castaño claro con reflejos dorados. Tenía una actitud tranquila y pausada,aunque un poco melancólica y expresando cierta desconfianza. A pesar de que no tenía precisamente las maneras de una dama, tampoco podía ser calificada comouna mujer de humilde condición. El tono de su voz, a juzgar por sus palabras, me pareció mecánico. Hablaba con cierta rapidez. Sostenía con la mano una pequeña bolsa y todo su traje estaba compuesto por prendas blancas. Pese a mi inexperiencia, comprobé que no se componía de telas finas ni caras. Era esbelta y de mediana estatura. Nada indicaba el deseo de llamar la atención. Todo esto encuanto pude observar en las circunstancias extraordinarias en que nos hallábamos.

¿Qué mujer sería aquella? ¿Qué hacía sola a semejantes horas en una carretera?

Era para mí un misterio. Estoy seguro de que la mayoría de los hombres hubiera interpretado torcidamente su presencia en aquella hora sospechosa, y más aún en aquel no menos sospechoso lugar.

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